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AMLO, el Presidente omnipresente y los vapeadores prohibidos

Escribir sobre AMLO es como intentar ignorar la piñata en una fiesta de tus sobrinos: imposible y hasta peligroso. AMLO, que combinó el aplomo de un abuelo que sabe cuándo reclamar su descuento del INAPAM con la tenacidad de un misionero vendiendo enciclopedias puerta a puerta, sigue marcando pauta, aunque ya no esté en Palacio Nacional.

Hoy, el Congreso se dedica a rematar con urgencia sus pendientes legislativos, como ese estudiante que el último día de clase entrega todos los trabajos que debió hacer en seis meses. Pero la diferencia es que aquí no hay posibilidad de reprobar: las reformas que dejó AMLO se están aprobando casi sin pestañear, como si los diputados estuvieran en un examen de opción múltiple con la respuesta que alguien consiguió del profe.

Vamos con dos joyas de su herencia.

El ajuste de cuentas disfrazado de reforma judicial

De todas las reformas, la de despedir a los jueces y organizarnos una elección masiva parece salida de un reality show: “México’s Next Top Juez” o “El Juez México”. Esta propuesta no se gestó en los sesudos análisis de un gabinete técnico, no señor. Nació porque AMLO, en su rol de director general de Relaciones Públicas y Enojos Personales, tuvo unos desencuentros con la ministra Norma Piña.

Primero, en Querétaro, ella no se levantó a saludarlo. ¿Qué pensó nuestro expresidente? Que eso era una descortesía digna de un capítulo de Game of Thrones. Más tarde, en la Marcha de la Lealtad, la ministra lo “barrió”. Imagino que AMLO pensó que no era barrida de trapo limpio, sino más bien de esas que te dejan el piso peor.

Así, el distanciamiento entre el Ejecutivo y el Poder Judicial llegó a niveles de telenovela. Mientras AMLO viajaba recibiendo peticiones de justicia cotidiana como divorcios atorados, hijos alejados, sentencias ausentes, el enojo personal se cruzó con el clamor social. El resultado: una reforma que combina revanchismo y una pizca de populismo bien calculado.

Pero, ¡ojo!, esta propuesta no es solo una respuesta emocional; también es un recordatorio de que, en política, las relaciones humanas son clave. Claudia Sheinbaum debería aprender que hasta los saludos en eventos protocolarios tienen consecuencias, especialmente ahora que deberá lidiar con Trump, el rey del apretón de manos incómodo.

La cruzada contra los vapeadores

Si AMLO decía “prohibido prohibir”, entonces esta iniciativa debe ser una excepción con asterisco. Resulta que ahora los vapeadores estarán prohibidos… en la Constitución. Sí, como lo oyen. México será pionero en meter estos dispositivos en el mismo documento que protege la soberanía nacional y la libertad de expresión. Porque claro, los vapeadores son la verdadera amenaza para la República.

El problema no es solo lo absurdo de prohibirlos en un nivel tan alto, sino el pragmatismo mexicano que hará de esta prohibición un chiste: ¿De verdad creen que alguien dejará de vapear porque ya no los venden en el OXXO? Esto huele a mercado negro desde kilómetros, un nuevo nicho para que el crimen organizado amplíe su catálogo entre las armas y las metanfetaminas.

Y aquí, como diría mi hermano mayor (para quienes no lo conocen, mitómano de profesión), “según un estudio que yo leí por ahí el vape es bueno para la salud mental porque te relaja y baja el cortisol”. Claro, viniendo del hombre que jura haber jugado dominó con Fidel Castro en una cantina de Veracruz, suena a consejo médico de alto calibre.

¿Por qué esta obsesión? Primero, porque la Corte ya le había puesto el alto al intentar prohibirlos antes. Pero también porque, según cuentan, AMLO vio de cerca el daño que causan en su entorno familiar. Una cosa es querer proteger a los suyos; otra, arrastrar al país a una política que, aunque bien intencionada, está condenada al fracaso.

¿Y ahora qué?

Así seguimos en México, donde la política se mezcla con el drama, la moral con la terquedad y las reformas con las ocurrencias. Las decisiones de AMLO no siempre fueron racionales, pero tampoco hay que subestimar el genio detrás de ellas: el hombre entendió mejor que nadie el pulso del pueblo, aunque a veces su brújula personal apuntara más hacia el revanchismo que al pragmatismo.

Coincidan conmigo o no, una cosa es segura: en México, hasta el vapeador más inocente puede convertirse en símbolo de la lucha por el poder.

Recuerden que nada es personal! Solo es el gusto por contar las cosas como si yo fuera el Pichicuás